La obra Barroco de Tomaz Pandur estará en escena en el Teatro Cuyás los días 7, 8 y 9 de noviembre


Tiempos de cambio drástico y revolución. El texto que inspira este estremecedor retrato sobre la decadencia de los sentimientos se inspira en ‘Las Amistades Peligrosas’. Pero el trasfondo de esta obra que trae a Gran Canaria a la genial Blanca Portillo va mucho más allá del cambio social que ya se barrunta años antes de estallar la Revolución Francesa. La acción tampoco tiene por único escenario un elegante tocador de señoras versallesco. El director de escena Tomaz Pandur ha retorcido el espacio escénico de una de las obras cumbre de la literatura occidental para situar la acción en dos situaciones límites: poco antes de que empiecen a rodar las cabezas en París y al borde de una hipotética Tercera Guerra Mundial. Las amistades peligrosas, de C. de Laclos, y Cuarteto, de Heiner Müller, se convierten en el hilo argumental donde tres personajes (interpretados por Blanca Portillo, Asier Etxeandia y Chema León) dan una lección de interpretación mientras se mueven rítmicamente al son de una coreografía de Nacho Duato. Barroco se representará sobre las tablas del Teatro Cuyás los días 7, 8 y 9 de noviembre. Las entradas ya están a la venta en las taquillas del mejor teatro de Canarias, en la web oficial del recinto escénico (www.teatrocuyas.com) o a través del teléfono 902 504 405.
“Choderlos de Laclos escribió su novela Dangerous Liaisons siete años antes de la Revolución Burguesa Francesa. Heiner Müller publicó Cuarteto exactamente doscientos años más tarde. Estaba, de la caída del Muro de Berlín, casi a la misma distancia que Laclos estaba de la Revolución. Laclos hubo de ver pronto cómo se degradaban los personajes de su salón y cómo, muy probablemente, fueron decapitados en el histórico frenesí durante el cual únicamente la guillotina sabía lo que estaba haciendo. Müller coloca sus personajes en un refugio durante la Tercera Guerra Mundial, tras haber pasado por la experiencia de las explosiones de Hiroshima y Nagasaki” destaca Pandur.

El director del montaje continúa: “En esta repetición interminable de los mismos sucesos parece que la historia está escarbando continuamente en su propio vertedero de basura; y por ello no resulta difícil creer a Canetti cuando concluye que, a partir de un cierto momento, la historia dejó de ser real y, por consiguiente, toda la humanidad ha abandonado la realidad sin ni siquiera darse cuenta. Esta historia es, con mucho, una casa bastante incómoda para el hombre, puesto que lo que hace en ella no es otra cosa que experimentar el curso de los (continuamente repetidos) acontecimientos y está continuamente deseando algo grande que podría venirle de alguna otra historia”.
En medio de esta disertación sobre el destino del hombre o, como el propio Pandur dice “la ilusión de la libertad”, el director coloca otro conflicto universal que nos toca a todos. La perenne lucha de sexos; el problema de que hombres y mujeres ‘aguanten al 50% el peso del cielo’. “El conflicto histérico de hombre y mujer como los dos lados de la misma indiferencia, que cobra sentido y significado únicamente en el escenario de su mutuo conflicto”, explica el director. “Y no busca perdón en el pasado porque carece de ambas cosas, de pasado y de futuro; es un presente continuo. La historia de cómo se devoran el uno al otro es quizás la única historia que podemos reconocer como el presente”.
La obra es un extenso cara a cara entre la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont, atrapados fuera del tiempo. Son Sísifo acarreando su amor hasta la cima, para despeñarlo convertido en odio, y vuelta a empezar. Llevan dos siglos y medio hiriéndose, y están desechos, atrapados en lo que parece un garaje y es un búnker, después de una explosión nuclear. Ahí los colocó Heiner Müller, y ahí los reencontramos, en esta versión de Tomaz Pandur.
La importancia de la música
Nacho Duato pone la esencia del movimiento y Boris Benko la música que acompaña a la acción. Una interesante mezcla de estilos que incluye piezas barrocas que se alternan con músicas de otros tiempos y estilos. La heterodoxia de la propia escenografía tiene un reflejo claro en la partitura de la obra. “Desde nuestras primeras conversaciones con el director Toma Pandur”, señala Benko, “sabíamos que la obra y la música -como ocurre con la novela- transcienden el tiempo y el espacio en los que se desarrollan los acontecimientos. Tomaz ha conseguido esa sensación de intemporalidad con saltos narrativos y una escenografía poco ortodoxa -sitúa a los actores ataviados con suntuosas vestimentas barrocas entre las paredes de hormigón de un búnker. En cuanto a nosotros; en lugar de optar por lo evidente y componer música de reminiscencias barrocas, nos decidimos por combinar fragmentos barrocos con elementos pertenecientes a diferentes épocas y culturas. Un detenido examen de las piezas revela una amplia variedad de referencias: de Albinoni a Händel, de Sarasate a Saint-Saëns, de Khachaturian a Gorecki, de Vangelis a Sakamoto- trazando un arco que se extiende desde comienzos del siglo XVIII hasta nuestros días, lo que le da ese deseado toque de universalidad. Podemos detectar asimismo retazos de folklore en la interpretación especialmente en las piezas escritas para violín y violonchelo”.
La prensa ha dicho
“La prolongada ovación del público estrenista premió, sobre todo, la labor de los intérpretes, que acabaron descendiendo al patio de butacas, entre sus admiradores”. El País
“Hermosa decadencia; refinada belleza”. El Mundo
“La escena española debería reconocer a Blanca Portillo como la gran actriz de su generación” La Razón
“Blanca Portillo es soberbia. Actúa como una soberana mantis religiosa”. ABC